domingo, 5 de diciembre de 2010



La pequeña y caprichosa Isabel no quiso creer en el destino. Mató su calma e irrumpió en el silencio, abandonó sus costumbres, sus colores, dejó que todo cayera y sin querer cayó tras él. Olvidó los silenciosos caminos de la verdad, la sabiduría, y los castillos de la voluntad y osadía. Manoseó los recuerdos con sangre y miedo. Adelantando a los caballeros, corrió hacia el infierno y rescató a su amado príncipe, pues quién mejor que ella podía hacerlo...



Caminó a través del puente fijando la mirada en sus pies, anduvo muchos metros antes de darse cuenta de que ella ya no estaba allí, era un mero recuerdo el que la transportaba. Calzaba botas negras, cargaba con una armadura y empuñaba una pesada espada. Se abalanzaron sobre ella ejércitos innombrables, miles y millones de hombres con sangre fría y odio en sus ojos, todos ellos preparados para arrancar de ella lo único que le quedaba, su cuerpo desnudo y los veinte agostos.


Zauber